Cuando el periodista Adel Darwish, autor de varios libros sobre Saddam Hussein, conoció al ahora derrocado presidente iraquí en 1972, descubrió la profunda admiración que éste profesaba por el personaje de El Padrino.
No sabía su nombre. Me dijeron apenas que me presentarían al señor funcionario, dijo a IPS Darwish, ahora redactor de la revista Middle East. Por entonces, Saddam Hussein era vicepresidente en ejercicio. No asumiría la presidencia y el control absoluto de Iraq hasta 1979.
El encuentro fue en un festival de cine en Bagdad. Se había estrenado la celebrada película de Francis Ford Coppola. El filme, que ganó tres Oscar, se convirtió luego en la primera parte de una trilogía.
Saddam Hussein estaba muy impresionado con la película. Varios de nosotros nos sentamos a beber whisky y recuerdo que el vaso de Saddam estaba bastante más lleno que los nuestros. Fumaba su cigarro y durante 90 minutos no dejó de hablar de 'El Padrino', rememoró Darwish.
Tal vez una señal de los tiempos que se avecinaban, impredecibles entonces para Darwish.
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El periodista se reunió cinco veces con Saddam Hussein, aunque ahora tiene dudas. El último encuentro fue en 1989, y es el que le resulta dudoso. Creo que era Saddam, aunque podría haber sido un doble, afirma.
La guerra de ocho años entre Iraq e Irán había concluido en 1988, y las normas de seguridad que rodeaban a Saddam Hussein eran muy estrictas. Demasiado para arriesgarlas por un encuentro con un periodista.
Pero sí era el presidente iraquí, cuyo paradero ahora se desconoce, el que dialogó con Darwish en 1982. Volvió a hablar de la película y recordó nuestra conversación. El personaje, interpretado por Marlon Brando, había dejado un recuerdo imborrable en él.
En los años siguientes, Saddam Hussein convirtió a todo Iraq en su familia (en el sentido mafioso del término). Y cualquiera que fuera contra ella, se transformaba automáticamente en traidor, y era tratado como tal.
Bajo el control del hombre que se veía a sí mismo como el patriarca de la nación, Iraq se convirtió en el Chicago de los años 30 en versión árabe. Lo que para otros era la forma de operar del crimen organizado, era para el dictador el funcionamiento normal de la familia.
Un hombre que no pasa tiempo con su familia no puede considerarse nunca un verdadero hombre, decía Don Corleone por boca de Brando.
Saddam Hussein creía que gobernaba con la mano severa de un padre. Pensaba que suministraba a la nación una forma de justicia que no podía proporcionar el derecho internacional, apuntó Darwish.
Estaba convencido de que sus mecanismos represivos eran por el bien de su país, y de que era admirado por los iraquíes, añadió.
El Padrino reinventó el género de películas sobre la mafia, retratando a personajes atados a vínculos familiares, de honor y de tradición. La policía y los tribunales no impartían justicia. El padrino lo hacía. Y esa justicia podía ser veloz y despiadada.
Inevitablemente, Saddam Hussein no se veía a sí mismo como un dictador implacable, era apenas el jefe de una familia impartiendo rápida justicia.
Hay una escena de la película en la que Michael (el hijo de Corleone, interpretado por Al Paccino) le dice a su novia que si no hace lo que le pide le disparará con su arma. Saddam creía que la joven estaba aterrorizada sólo en apariencia, pero estaba sexualmente excitada, pues a las mujeres les gustan los hombres fuertes, recordó Darwish.
Las naciones son como las mujeres, reflexionaba Saddam Hussein en aquella reunión de amigos, aspirando su cigarro.
Pero ni las mujeres ni las naciones son así. Y los hombres como el depuesto dictador iraquí no son fatalmente atractivos como pretenden ser, según un nuevo estudio sobre las mafias y sus jefes.
El psicoterapeuta Girolamo Lo Verso, de la meridional ciudad de Sicilia, donde nació la mafia, concluyó tras diez años estudiando a jefes del crimen organizado que muchos de los verdaderos padrinos sufren desórdenes alimentarios, ansiedad, depresión y problemas sexuales.
En su recién publicado libro La Psyche Mafiosa (La psiquis mafiosa), Lo Verso relata que uno de sus analizados comenzó a visitar al psiquiatra pues no lograba asumir la homosexualidad de su hijo, a quien había elegido como heredero del negocio familiar. Pero el joven se rebeló e hizo pública su condición sexual.
Tampoco son los mafiosos tan viriles como se los pinta en el cine.
Los auténticos están más interesados en el poder y el control que en el sexo. Lo practican de modo apurado con sus esposas para procrear, pero la situación pasional no es real, dijo Lo Verso al diario The Independent.
Más allá de los detalles sobre su vida sexual, Saddam Hussein pareció siempre más preocupado por el poder. Se hizo tan fácil cuando controló el aparato de seguridad, hacerse cargo de la ley y el orden por la fuerza bruta, reflexionó Darwish.
Pese a la represión, la caída de Saddam Hussein, como una extensión de su propia metáfora, dejó a su nación huérfana.
En la película, el patriarca al mando es sucedido por su hijo menor, Michael, un infante de marina que acaba convertido en un hombre implacable. Al igual que los vástagos de Saddam.
El padrino cinematográfico abraza la única vida que conoce. Cuando decide conseguir para su hijo un contrato en Hollywood, pronuncia la famosa frase: Voy a hacerle una oferta que no podrá rechazar, en referencia al empresario del espectáculo que debe contratar al presunto artista.
El hombre fue persuadido con una pistola en la cabeza. Mi padre le aseguró que su firma o sus sesos aparecerían en el contrato, explica luego Michael.
Al final, el presidente de Estados Unidos George W. Bush le hizo a Saddam Hussein una oferta que creyó no podía rechazar.
Pero Saddam Hussein la rechazó, porque los padrinos no aceptan órdenes.